martes, 21 de abril de 2009

Chaos books



a la rápida 22 50


Termino un txt para Wain mientras pienso en el hecho de que “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” de Larsson está bien, pero no tenía esa cualidad magnética de “Los hombres que no amaban a las mujeres”, que reintepretaba el viejo tópico de la novela de enigma de cuarto cerrado en versión post-todo. Larsson es ahora más Ellroy pero se lee rápido (dato de la causa: 700 páginas en media semana) y no está mal pero tampoco descolla. Síndrome de la secuela que espera su repunte en el cierre de la trilogía Millenium, fin de las obras completas del sueco. Ojalá suceda así. Por ahora, escribo sobre los locales de comida de Plaza Italia, miro el piloto de Caprica (que es como LAIN o cualquier animé de hace como diez años, pero aún no termina de convencerme, a pesar de que el sábado pasado un amigo me la vendió como si fuera una obra maestra, aunque creo que ese aire de decepción tiene que ver con el final de BSG, que odié a muerte a pesar de la aparición epifánica y etérea de Hendrix versionando a Dylan como la demostración empírica de la condición circular de un tiempo espacial que yo presumía infinito) y me preparo para leer a Paz Soldán y a Gumucio, al que P. Espinosa –nunca falla: desde que está en LUN todo lo que Espinosa aborrece casi siempre es bueno- trató tan mal por lo que debe estar, por lo menos, divertido.
Eso. Creo que voy a escribir de las elecciones.

domingo, 19 de abril de 2009

Bye Ballard


Es imposible hacer una síntesis o un obituario para él porque Ballard escribió sobre nuestros últimos 50 años con una lucidez tan violenta como insoslayable, al punto de fue susceptible de ser filmado tanto por Spielberg como por Cronenberg. Y no escabulló nada, no se guardó nada: profesionales jóvenes que se comen a sus propios perros, los campos de concentración de Shangai, los suburbios de Londres, la ciencia ficción, las parafilias y su pornografía el aporte histórico de las vanguardias, el hacinamiento metropolitano, Elizabeth Taylor decapitada, el terrorismo doméstico. Están ahí “Crash”, “Rascacielos” y “La exhibición de las atrocidades” para probarlo. Una literatura molesta, valiente, extraña, casi siempre precisa, de una elegancia perversa. Incluso, supo despedirse en regla de todos nosotros, sus lectores: “Los milagros de la vida”, su autobiografía final, es una de las despedidas más sinceras jamás redactadas, un ajuste de cuentas con la muerte que se avecina mientras se habla de un siglo maravilloso, monstruoso e inentendible. Como él, como su literatura.